Un deseo feminista en la Revista de Crítica Cultural

Karen Glavic
24 min readAug 29, 2020

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Ponencia presentada en la X Jornada de Historia de las Izquierdas, Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas CeDinCi, Buenos Aires, octubre de 2019.

La Revista: la transición de una escena

El primer número de la Revista de Crítica Cultural aparece en el año 1990, mismo año del retorno a la democracia. Se anunciaba, para entonces, una “democracia protegida”, una transición que desde las negociaciones, pugnas y acomodos que posibilitaron el plebiscito de 1988, en el que triunfó el NO a Pinochet, se podía vislumbrar un escenario de debate y política cultural que estaría tensionado por una institucionalización de las formas más creativas de resistencia de los años ochenta y un ejercicio de pacto y consenso que perseguiría un clima de gobernabilidad. La Revista fue publicada por casi 20 años con una frecuencia bianual, tuvo un carácter independiente y sin encargo que solo respondió a la voluntad y energía de quienes se [sintieron] autoconvocados por su proyecto[2]. De allí que podría leerse el “deseo de revista” en el que Richard cita a Beatriz Sarlo a propósito de Punto de Vista. La Revista de Crítica Cultural (en adelante RCC) fue una revista que sin dependencias institucionales circuló en un campo intelectual que respondía a proyectos políticos, estéticos y culturales diversos en el que la noción de margen o no-institucionalidad tiene ribetes matizados. Si bien es cierto que la RCC no fue un proyecto universitario ni tampoco ligado a grandes editoriales, que arrastró además la precariedad ochentera de la circulación acotada, el lenguaje opaco y la oposición a los relatos que se erigían como dominantes sobre todo en el campo de las ciencias sociales, sí contó con la publicación y participación de renombrados intelectuales, artistas y escritores, que paulatinamente fueron configurando un campo que hasta el día de hoy es interrogado y vuelto a interrogar en su autodenominada adjetivación de “marginal”. Mucho de ello responde, sin duda, a la profusa y necesaria lectura y relectura que ha tenido el texto Márgenes e Instituciones de Nelly Richard, publicado en 1986, en el que se presentaba un panorama sobre la llamada Escena de Avanzada, que agrupó a artistas diversos y dispares en sus proyectos, poéticas y prácticas como Carlos Leppe, Juan Dávila, Eugenio Dittborn, Diamela Eltit, Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Carlos Altamirano, el filósofo Patricio Marchant, el sociólogo Fernando Balcells, y otros y otras que fluctuaron en una suerte de anudamiento amoroso, una construcción de escena sobre la que nadie podría dudar a estas alturas que la voluntad de Richard tuvo mucho de responsabilidad para su invención como cuerpo.

Mirar la Revista con detención es encontrar un panorama riquísimo de los debates intelectuales del Chile de los noventas y dos miles. No cualquier Chile, claro. El Chile de parte de un campo intelectual que provenía de una cultura de izquierdas crítica del fracaso del proyecto de la Unidad Popular, del dogmatismo estético de la izquierda partidaria y de las exploraciones conceptuales que fijaban terreno y servían de colchón para las políticas culturales del neoliberalismo. Intelectuales y artistas que eran legibles en las filosofías y gramáticas de “lo post” y que hicieron del debate modernidad/postmodernidad, dictadura/postdictadura, centro/periferia, autoritarismo/democracia, política/micropolítica, “crisis de los grandes relatos”, crítica cultural/estudios culturales, margen/institución, debate teórico/disciplina universitaria, masculino/femenino, entre otras, temáticas recurrentes para la discusión y escritura. Señalo estos pares en clave oposición y binarismo no sin estar advertida que en ello hay también un gesto que es propio de la escritura de Richard, de la lengua que explora y en la que circula con soltura y sin ataduras: la de “las filosofías de la deconstrucción”, esa en donde la crítica a los binarismos deviene multiplicidad y puntos de fuga.

El primer número de la RCC, publicado en mayo de 1990, compilaba autores y artistas ya conocidos para la Escena de Avanzada y sus interlocutores. Diamela Eltit y el filósofo Carlos Pérez Villalobos (ambos se mantendrían en el consejo editorial durante los 36 números), Adriana Valdés, Eugenia Brito, la portada de Lotty Rosenfeld y el diseño de Carlos Altamirano, más el diálogo que ya se había inaugurado con los sociólogos de la transición en la voz de José Joaquín Brunner, y los envíos y renvíos con intelectuales argentinos como Nicolás Casullo y Beatriz Sarlo, sobre los que es posible observar tanto una línea filiatoria en cuanto al tipo y contenido de la Revista, como un intercambio amistoso que se gesta durante los ochenta en encuentros en la ciudad de Buenos Aires. El consejo editorial estaba también integrado por el artista Juan Domingo Dávila, a quien Richard dedicó escritos e interpretaciones de su obra, quien ya se encontraba radicado en Australia y sirvió de editor de la Revista en dicho país, y fue responsable también de parte de la recepción de los textos de Richard en el extranjero.

Las lecturas sobre la Escena de Avanzada y el arte en Chile de los últimos cincuenta años han ahondado en el ejercicio de interpretar la creación e instalación del “concepto Escena de Avanzada” por parte de Nelly Richard. A través de entrevistas a sus (supuestos) protagonistas –pienso por ejemplo en el trabajo de Federico Galende en el libro Filtraciones o en las investigaciones doctorales de Paulina Varas, Tomás Peters y Ana del Sarto– ha existido una prolífica interpretación, búsqueda, preguntas, rememoraciones y también disputas con esta construcción y denominación. La misma Richard se ha referido a ella en incontables ocasiones y retoma el hilo de estos conatos en libros como La Insubordinación de los Signos (2000) o Crítica y Política (2013), este último en conversación con Miguel Valderrama y Alejandra Castillo. Y, sin duda, resulta interesante observar una suerte de despliegue local y situado de unas “políticas de la amistad”, pero eso no debe descuidar la evidente intención de debate teórico e instalación de temas, autores y puntos de vista que Richard propone en los distintos proyectos que podríamos agrupar bajo el rótulo ambicioso y quizás algo molesto de “su obra” o “trayectoria”. Por lo tanto, más que el tras bambalinas de quiebres, enamoramientos y distancias, resulta interesante y necesario leer el pulso que la Revista de Crítica Cultural acompasó con proyectos como la Universidad Arcis, la Editorial Cuarto Propio, editores como Francisco Zegers, librerías como la Librería Lila, la librería de mujeres que fundara Jimena Pizarro, la primera en Chile y que nació en dictadura, los gestores de la Galería Metropolitana, entre muchos otros. De la Revista participan también artistas y diseñadores como Carlos Altamirano, Guillermo Feuerhake (que trabajaba con Eugenio Dittborn), José Errázuriz y Rosa Espino. Nombres que tal vez pudieran perderse entre otros, pero que son parte del trazado de la cartografía intelectual y estética de la RCC. Lo mismo corre para personas como la fotógrafa Rita Ferrer que se integra al equipo de distribución y publicidad en el año 1993, traspasando luego ese rol a Luis Alarcón y a Ana María Saavedra, quienes son hoy importantes gestores artísticos desde la Galería Metropolitana en la popular comuna de Pedro Aguirre Cerda en Santiago. El muy prolífico avisaje de la Revista es expresión también de las alianzas, cercanías y fidelidades que el proyecto editorial de Richard sumó durante sus 20 años de existencia: la ya nombrada Universidad Arcis, la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, el Museo de Bellas Artes y el Museo de Arte Contemporáneo, editoriales como LOM y Metales Pesados, la División de Cultura del Ministerio de Educación desde donde comenzaría a impulsarse una de las políticas culturales más características de los gobiernos concertacionistas, el Fondart; e incluso el Centro de Estudios Públicos, un think tank de derecha, con algunos miembros reconocidamente liberales y abiertos al debate de ideas con las izquierdas, y otros explícitamente conservadores.

Hay en la RCC su propio ejercicio de inscripción y lectura de la transición democrática, y su formato y propuesta da cuenta del tránsito que el propio “proyecto intelectual” de Nelly Richard estaba viviendo, pero, por sobre todo, leyendo de la coyuntura político-cultural chilena, de los debates latinoamericanos, y también de la academia norteamericana y francesa. Es por esta razón que antes hacía hincapié en la necesidad de poner en suspenso o, más bien, situar la noción de margen o independencia para hablar de la Revista. Es cierto, su circulación y financiamiento fue siempre a pulso, en base al avisaje y las suscripciones, pero también recibió fondos estatales vía Fondart y el auspicio de la Rockefeller Foundation y la Fundación Prince Claus de Holanda para algunos números. No parece, eso sí, que ello haya cambiado su línea editorial o modificado sus objetivos de base, sino que más bien sirvió para asegurar la publicación de ciertos números y su regularidad bianual. Los autores que la Revista compiló también sugieren una presencia intelectual internacional y un estado actualizado de los principales debates teóricos a nivel latinoamericano, pero ello no puede perder de vista el carácter aislado y periférico del campo intelectual chileno.

Usar la palabra transición para este apartado es también remarcar un debate. Hacer una apuesta. Richard desde los años ochenta fue parte de discusiones sobre arte, política y cultura con renombrados sociólogos chilenos. Norbert Lechner, Tomás Moulian, José Joaquín Brunner, entre otros, representaron los diálogos que la (posterior) crítica cultural inauguraría con centros de pensamiento como Flacso, y la sociología tanto en su versión de “transitología” y elaboración de políticas culturales para los gobiernos concertacionistas, como en su versión más crítica pero también sorpresivamente masiva, si recordamos que el Chile Actual, anatomía de un mito de Moulian fue best seller en plenos (y renovados) años noventa. Una de las insistencias de Richard, y me atrevería a decir, de la RCC es preferir la palabra postdictadura por sobre la noción de transición. Esto como un ejercicio doble: de un lado, como forma de distanciarse de los pensadores de la transición democrática que no serían otros que los profundizadores del modelo neoliberal chileno; y por otro, como forma de circundar y expandir las discusiones en torno a “lo post”, el prefijo post sobre la palabra dictadura, que tiene la virtud de no soslayar la palabra dictadura y todas sus insistencias (lo traumático, la impunidad, el sistema económico) y además dar cuenta de un cambio de registro que para Richard antes que temporal es epistémico:

Creo, más bien, que lo “post” –como una zona difusa se superposiciones y entrecruzamientos de registros no diacrónicos– no pertenece al orden simple de una cronología hecha de despidos y cancelaciones sino a la mutación de ciertos paradigmas que la modernidad creía enteramente sólidos y que luego se fragmentaron, abriendo paso a estados de sensibilidad y pensamiento más fluctuantes e indeterminados. El “post” (postestructuralismo, postmarxismo, postfeminismo, etcétera) marca, entonces, un salto epistémico que ayuda a reconceptualizar ciertos nudos teóricos de las matrices de origen del discurso de la modernidad (en la filosofía, la historia o la cultura), desocultando lo que había quedado reprimido o silenciado por sus dogmas y cánones[3].

Tras afirmar esto, Richard insiste en que, si bien, el debate modernidad/postmodernidad ya no está vigente (el libro citado fue publicado en 2013), persiste una caricatura sobre lo “postmoderno” que residiría en asociarlo con las “teorías del fin de la historia” o las “estéticas del simulacro”. La autora defiende la posibilidad que lo “post” ha brindado a la teoría para distanciarse de los dogmatismos del marxismo clásico, pero se resguarda de los gestos desmovilizadores o los guiños al neoliberalismo que pueden hacer estas teorías, que acaban clausurando la posibilidad de pensar proyectos emancipatorios. Cabe destacar, y algo más de ello hablaremos en el segundo apartado, que Nelly Richard se ha caracterizado por relacionarse con la teoría de manera bastante heterodoxa. En cierto modo, la crítica cultural representa la invención de una lengua que construye una poética, una crítica de la crítica, que hilvana cruces entre estética, política, estudios culturales y teoría feminista. Es por eso que es usual leer en sus textos la expresión “filosofías de la deconstrucción”, “filosofías de la diferencia” o conceptos como “devenir”, “lo minoritario”, “micropolítica” o “líneas de fuga”, utilizados de manera libre, a veces con referencias textuales y otras con referencias indirectas (un apellido en paréntesis que sugiere al autor). Se hace difícil seguirle la pista, a veces, su escritura circula y transita, por ejemplo, por una “diferencia” que podría remitirse a Deleuze, a Derrida o a un feminismo de la diferencia, cuestión que le ha traído enconados debates con la filosofía chilena y su obstinación, en determinadas circunstancias, con preservar los límites y el resguardo de la exégesis filosófica.

Siguiendo a César Zamorano[4], me parece importante destacar la posibilidad de leer a la RCC como un ejemplo de revista cultural en que se aprecia la relación el entorno político y cultural, que toma además posición sobre la figura del intelectual como un productor de narrativas que pueden intervenir en el aparato social y político de una época. En diálogo con los discursos de la sociología, la filosofía y la estética, la Revista, sin duda, busca instalar en determinado momento debates que puedan ser relevantes y decisivos para el período democrático que se instala. La cultura es considerada aquí un campo de lucha crucial en constante proceso de territorialización y desterritorialización –en sentido deleuziano–[5] que retoma la hebra de la lucha antidictatorial de los actores de la Escena de Avanzada, incluyendo nuevas voces e intervenciones reconocibles tanto a nivel nacional como latinoamericano.

Nelly Richard, una escritura antifalogocéntrica

Una lectura feminista de los textos de Nelly Richard y, en específico, del proyecto de la RCC tiene la complejidad de su profuso campo de referencias y también, para el caso de la Revista, imagino, las discusiones, acoples y consensos de todo proceso editorial colectivo. Es por ello que ensayo lecturas a partir de lo que es posible conectar e intuir de la relación entre publicación y procesos políticos, y recepción de temas e intelectuales que la RCC deja ver. Es todo aún exploratorio, y también un fragmento de un proyecto más amplio que es leer a Nelly Richard en clave feminista. Parecerá una obviedad, pero lo cierto es que es un proyecto todavía por desarrollar de manera sistemática[6]. Me parece que es posible hacer varias aproximaciones a esto que he llamado el deseo feminista en la Revista de Crítica Cultural. De un lado, me parece que es posible afirmar que en Richard la teoría feminista ha estado siempre presente como marco de interpretación y como insistencia política. Hay lecturas, como la tesis doctoral de Ana del Sarto que luego se transformaría en el libro Sospecha y goce publicado en Chile por la Editorial Cuarto Propio, que relacionan estrechamente el trabajo de Richard con los textos de Julia Kristeva. Si bien es cierto que Cuerpo Correccional que acompaña las performances del artista Carlos Leppe u otras lecturas en torno a lo semiótico son parte del bagage teórico de Richard, es también cierto que los usos teóricos de Kristeva están acotados momentos específicos, y a un híbrido entre texto-catálogo y ensayo. Las referencias a la madre (aquella reminiscencia obviamente kristeviana que se dejaría leer en el análisis de Leppe) parece ser un uso más bien táctico, pero sobre todo necesario para cierto contexto y ciertas obras. En resumidas cuentas, la obra de Leppe “pedía” una lectura de Julia Kristeva, quien además, obviamente, resultaba ser para entonces una lectura que llegaba a Richard y otros intelectuales chilenos por una cierta filiación con autores franceses. Cabe destacar también que la recepción intelectual estaba mediada por el contexto autoritario, el exilio y el desmantelamiento institucional de las universidades, y sumado a ello, la decisión de Richard y de los artistas y algunos escritores y escritoras de la Avanzada de permanecer al margen de la institución académica y los saberes ortodoxos. También se agrega un gesto de resistencia que hace de la opacidad un arma de lucha, una suerte de trinchera que en lo enrevesado de las formas y la “no transparencia” de los contenidos, pretendía ser crítica con el momento presente, con la represión dictatorial y con el arte de izquierdas que persistía en la literalidad y la propaganda. Para esos fines, autoras como Kristeva “prestaban servicios” sin dejar de instalar un nombre que a pesar de las interrogaciones que podemos hacer a su obra, también imprimía un carácter de compromiso teórico y político en proyectos como Tel Quel. Me parece que tanto en Cuerpo Correccional como en La Cita Amorosa, texto escrito también en formato ensayo-comentario de obra sobre el artista Juan Dávila, es posible leer el cruce que Richard establecía entre aquellas lecturas de las “filosofías de la deconstrucción” que recibía, discutía y compartía, en donde la noción de lo femenino circulaba entre el travestismo y lo materno, del mismo modo en que aparecían referencias a “lo múltiple”, la pornografía, la prótesis, la homosexualidad, la diferencia sexual, entre otras, que parecían sobre todo remitir a un sujeto ya escindido, roto, pasado, sí se quiere, por el filtro de las filosofías posthumanistas, pero por sobre todo por la interrogación del carácter universal que volvía coincidente en sí lo masculino y la heterosexualidad. El juego de palabras, los fragmentos que Richard redacta en torno a la pintura de Dávila dialogan con soportes artísticos, conceptos, firmas y citas, en una suerte de búsqueda de lecturas improbables pero también íntimas, que revelan un claro tú a tú entre el artista y su crítica. Ese intercambio, este tipo de dupla fue una característica del trabajo de Richard con algunos artistas y también del arte en Chile en ciertos círculos, por qué no decirlo. Tanto Kristeva como el travestismo y la homosexualidad han sido entradas al feminismo de Nelly Richard. Si observamos, por ejemplo, la reciente compilación de textos publicada por la editorial Metales Pesados (2018), que lleva por nombre Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer, y retoma y ordena artículos publicados desde los años ochenta, vemos como se intenta trazar un hilo que permita hacer del travestismo una línea de lectura en sus textos, retomando los análisis sobre Leppe, recuperando diálogos con Pedro Lemebel y textos sobre Las Yeguas del Apocalipsis, haciendo de ello un cuerpo organizado en conversación con el biólogo y activista Jorge Díaz.

Pero ni la madre ni el travestismo son las únicas entradas. Las lecturas sobre Richard y también las conversaciones con ella que abordan su trabajo son cada vez más cautas en no generar cierres. Es que la autora no los permite aunque se pudiera asociar sus textos a un registro de “lo post”. No hay fidelidad con ese corpus, ya lo hemos dicho, y Richard lo ha nombrado según diversos autores en distintos momentos: como “usos coyunturales de la teoría” siguiendo a Stuart Hall, como “insurrección de los saberes sometidos” siguiendo a Foucault o como “intimidad crítica” siguiendo a Mieke Bal. Lo cierto es que, independiente de la denominación, es posible observar una exploración por un tipo de elaboración teórica que subvierte los límites académicos y disciplinares mucho antes de las discusiones en torno a la inter o trans disciplina, o la hibridación de saberes en los estudios culturales. El ensayo de Richard es teóricamente nómade pero comprometido con ciertas causas. Una de ellas es el feminismo.

Uno de los grandes hitos feministas de los años ochenta en Chile fue la realización del Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en el año 1987. Hacia fines de la dictadura, pero con ella aún completamente vigente, la organización de un encuentro de esta naturaleza significaba varias cuestiones importantes para el campo de las letras en Chile. El movimiento feminista había tenido una importante rearticulación con motivo de la resistencia a la dictadura, las mujeres conformaron espacios políticos en torno a la denuncia de la desaparición y la exigencia del fin de la impunidad y la defensa de los derechos humanos, pero también sobre la necesidad de pensar una democracia que extendiera sus límites hacia el ámbito de lo privado. Ya es de público y extendido conocimiento la famosa frase de la socióloga feminista Julieta Kirkwood: “democracia en el país y en la casa”, que fue y sigue siendo representativa de la sabida exclusión de las mujeres del espacio público y la negociación política que trajo consigo la democracia. El Congreso de Literatura Femenina agrupó a escritoras chilenas como Diamela Eltit, Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Raquel Olea, la propia Richard, y ensayistas argentinas como Beatriz Sarlo y Josefina Ludmer. La reunión consistió en tratar “lo femenino” en la escritura y la “escritura de mujeres”, por lo que las ponencias refirieron a autoras como Gabriela Mistral, Marta Brunet, Victoria Ocampo, Clarice Lispector o las venezolanas Elena Vera y María Auxiliadora Alvarez. De allí es posible extraer dos artículos clave de Richard Seducción/Sedición, leído en la inauguración del Congreso y publicado luego en La estraficación de los márgenes (1989) y ¿Tiene sexo la escritura? Incluido posteriormente en Masculino/Femenino (1993). En ambos textos Nelly Richard buscaba poner a circular “puntos de fuga” en torno a lo femenino, cuestionando el esencialismo de una “literatura de mujeres”, una “escritura femenina”, pero aún fuertemente influenciada por “lo femenino” en su potencia de devenir-minoritario, remitible, por cierto, a lecturas de Gilles Deleuze y Felix Guattari. No deja de estar también allí presente aún la influencia de Kristeva, pues se introduce la discusión con la falta lacaniana, en virtud de la inadecuación básica de la mujer con el campo de lo simbólico que le permitiría generar una suerte de “identidad” pre-discursiva no asimilable al consenso socio-masculino[7].

Remito a estos antecedentes y exploraciones porque brindan algo de contexto a los nombres que se repiten en las intervenciones de la Revista. Con distancias teóricas y políticas, pero con un profundo respeto mutuo y colaboración es posible ver a escritoras como Diamela Eltit, Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Raquel Olea; filósofas y artistas como Guadalupe Santa-Cruz, Olga Grau, Lotty Rosenfeld, Paz Errázuriz o Kemy Oyarzún son figuras a repetición en las páginas de los 20 años de edición de la RCC. Todas ellas, con diferentes narrativas –más otras que seguramente paso por alto– participaron desde la crítica literaria, la literatura, la filosofía, la poesía, el arte y la fotografía en registros que podríamos llamar feministas. Provienen de la Escena de Avanzada, participaron del Primer Congreso de Literatura Femenina o fueron parte de centros de estudio y organizaciones no gubernamentales feministas. Probablemente, una de las características que las agrupó fue cierta independencia partidaria y gubernamental, aunque algunas de ellas fueron militantes de partidos y formaron centros de estudios de género universitarios, se mantuvieron al margen y con un discurso crítico en torno a la asimilación que los gobiernos concertacionistas hicieron de las temáticas de género en el Servicio Nacional de la Mujer que se inauguraría con la recién alcanzada democracia.

Gran cantidad de las páginas que Richard dedica al feminismo están dirigidas a la pugna con la palabra género. Mucho antes, según ella misma reconoce, de lecturas menos normativas sobre el término que pudieran sugerir autoras como Judith Butler o Donna Haraway, el género se transformó en la asimilación de la potencia rebelde de las manifestaciones feministas de los años ochenta, siendo reducidas a la aplicación de políticas públicas que relegaron durante muchísimos años temas clave en las agendas feministas: el divorcio, la violencia de género (circunscrita durante años al término “violencia intrafamiliar”) y, por cierto, el aborto legal. No es hasta el segundo gobierno de Michelle Bachelet que el antiguo Sernam adquiere el carácter de Ministerio (específicamente en marzo de 2015) y es encabezado por la militante comunista Claudia Pascual[8]. Por más de veinte años los gobiernos de la Concertación hicieron del Sernam una moneda de cambio que permitió mantener una agenda valórica conservadora. Desde 1990 el Sernam fue un espacio ganado y administrado, principalmente, por la Democracia Cristiana.

Varios textos de Richard buscaron poner en distancia los feminismo(s) del género. En ellos analiza no solo el potencial que las “filosofías de la deconstrucción” tienen en alianza con el feminismo, sino que también evidencia cómo la institucionalización a través de la palabra género terminó relegando a las mujeres y sus temáticas a espacios guetificados como servicios públicos o centros de estudios de género universitario. Es por ello que destacó en oportunidades el rol de la crítica y emparento a la crítica cultural como modelo de crítica feminista. Sobre esto es interesante una descripción de la autora en un texto publicado en 2009:

Las nuevas producciones críticas del feminismo teórico son también un modelo de crítica cultural por la manera en que prefieren las vueltas y las revueltas de una textualidad híbrida a la exposición científico-social de los conocimientos moldeados por la industria del paper que suele aplicar el sociologismo de género a las agendas temáticas de las políticas públicas. Tal como lo sugiere Ana Amado a propósito de Donna Haraway, son cada vez más las feministas que despliegan sus teorías “como una ficción apasionada, sin reconocer fronteras entre la reflexión especulativa, la estética y la política” (Amado: 2000:235), recurriendo para ello a figuraciones del pensamiento, a “conceptos-metáforas” que se mueven en sutil rebeldía contra las guías investigativas de las demostraciones-de-saber que controlan el registro científico-social de los datos numerables y verificables[9].

Hay en Richard un nomadismo teórico, pero también una estrategia y un compromiso con la causa feminista. Esto, se ejemplifica en una autora que no deja de intervenir en el espacio público, que elabora oportunos textos a la marea feminista de los últimos años y que, sobre todo, está siempre actualizando en función de lo que el presente exige.

¿Otro margen?: el debate feminista en la Revista

Luego de un repaso panorámico sobre algunos aspectos relevantes del feminismo en Nelly Richard, quisiera destacar como esto es reflejado en la RCC. Ya decía antes, muchos de los nombres que vienen estableciendo diálogos cómplices, intervenciones y discusiones feministas con Richard son parte de la escena crítica ochentera. Digo crítica pues son parte de una izquierda y un movimiento feminista heterogéneo, difícilmente agrupable en un solo espacio de resistencia, pero sí en varios focos artísticos, estéticos, culturales y políticos de oposición al régimen autoritario. Decíamos que Diamela Eltit es parte del consejo editorial de la Revista durante sus 20 años de existencia y aparece también en el primer número. En sus diversas intervenciones publicará fragmentos de sus novelas, aportará con reflexiones sobre Amanda Labarca, perfiles sobre Jean Franco y la que fuera Secretaria General del Partido Comunista durante años, Gladys Marín. No solo hablará de feminismo, también de memoria y crítica literaria, fluctuará como Richard entre registros y los temas de la postdictadura. Así ocurrirá con otras como Guadalupe Santa-Cruz y Eugenia Brito; abordando feminismo y género serán más reconocibles Kemy Oyarzún y Raquel Olea, pero llamarán la atención célebres textos como la conversación sobre feminismo y deconstrucción entre Jacques Derrida y la española Cristina de Peretti que fuera publicada en la revista mexicana Debate Feminista, dirigida por Marta Lamas, y con anterioridad en la revista Política y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid en 1989. Dicha entrevista aterriza en el número 3 de la RCC, en 1991, y da cuenta de un énfasis, de un interés por la deconstrucción y de una lectura y diálogo con otras revistas e intelectuales feministas. Para el número 4, también de 1991, el turno será de Felix Guattari, allí se publicará un texto del autor y una entrevista realizada por Richard, más otro texto legible en el mismo campo temático,bajo la autoría de Néstor Perlongher que tiene por título “Los devenires minoritarios”. Cabe recordar que Guattari trenza una serie de relaciones con Latinoamérica que se traducen en su colaboración con Suely Rolnik, su mirada “molecular” al proceso del PT brasilero, y más tarde y por intermedio de Eugenio Dittborn también visitará Chile. En aquel intercambio Richard participa y lo entrevista, marcando una clara influencia que es perceptible en sus textos, pero también en otros activistas, artistas, editores y escritores chilenos[10].

Hacia el número 9 (1994) de la Revista aparecerá Chantal Mouffe con su “Feminismo, ciudadanía y democracia radical”, y también una polémica: una revisión de la censura de la que fuera objeto el Simón Bolivar travestido de Juan Dávila. De allí, número tras número se repiten nombres que hemos ido introduciendo a lo largo de este texto, pero sobre todo, Richard insiste en una operación crítica que definirá en sí misma como feminista. Por cierto, no solo se encontrará en la RCC autores circunscritos a las filosofías de “lo post”, también aparecerán allí los sociólogos de la transición, y los debates en torno a los estudios culturales en la voz de renombrados intelectuales como Néstor García Canclini o John Beverley. Lo mismo correrá para Beatriz Sarlo quien usualmente publicará textos antes editados en Punto de Vista o colaboraciones originales. Los nombres masculinos se repetirán y, probablemente, serán mayoría. De allí que el título de este apartado sugiera una pregunta por otro margen, esta vez, un margen feminista. La pregunta contiene cierta trampa porque una de las grandes discusiones que ha cruzado y problematizado a la noción de margen en Richard es cómo éste logró ser a la vez un centro, es decir, cómo ese margen productivizó una escena que estuvo lejos de la marginalidad con que se la describió, sobre todo a la vista del paso de los años. No creo que el feminismo tenga esta característica en la Revista ni tampoco en la obra de Nelly Richard. Si bien la influencia de sus textos es reconocible, la invisibilización de la teoría feminista en los debates intelectuales en Chile es claro y rastreable, sobre todo si consideramos que varios de los interlocutores y debatidores de Richard provenían del campo de la filosofía y la sociología. La autora ha reconocido en entrevistas y textos las pugnas que estos temas “particulares” le traían con sus más cercanos amigos y colaboradores, en la medida en que eran vistos como debates no centrales. De hecho, pareciera que la inclusión de autoras y lecturas feministas sobre el arte y la memoria fue constante, pero siempre menos preponderante que otros temas. Igualmente, no deja de ser relevante la incorporación desde sus inicios de autores y reflexiones clave para los cruces entre teoría feminista y postestructuralismo, y es observable como Nelly Richard imprime en sus artículos en la RCC la impronta de crítica feminista que la caracteriza, que entremezcla discursos y lenguajes entre poética, política y estética. La Revista de Crítica Cultural se dio fin sin despedidas, llegó hasta el número 36, publicado en diciembre de 2007, tras casi 20 años de edición bianual ininterrumpida. En el número 35 de junio del 2007, fue incorporado un dossier clave para la discusión del arte de mujeres en Chile de los últimos años, un debate que marcaría un quiebre respecto del lugar del feminismo en la curaduría y la práctica artística. La crítica suscitada en torno a la exposición “Del otro lado. Arte contemporáneo de mujeres en Chile[11]” curada por Guillermo Machuca, generaría controversias e intervenciones que tuvieron respuestas como la exposición “Handle with care” de Ana María Saavedra, Soledad Novoa y Yennyferth Becerra que ironizaba desde el título con la mirada masculina sobre “lo otro” femenino, presente en la exposición de Machuca, pero, por cierto, no sólo allí. El llamado de atención se dirigía a la estética, al arte, a la política. Para entonces Chile había movilizado un poco su conservadurismo con las primeras movilizaciones estudiantiles, una mujer presidenta demandaba ciertos ajustes en temas de paridad, pero, por sobre todo, la memoria de la movilización feminista de los ochenta, la aparición de nuevos colectivos, referencias teóricas e intelectuales, marcaron un nuevo ciclo que puso fin al deseo que movilizó la creación y puesta en marcha de la RCC. Los últimos números ya registran textos de la filósofa Alejandra Castillo. El número 36 incluye al artista Felipe Rivas San Martín, a Judith Butler, al activista Víctor Hugo Robles “el Che de los Gays” y a la jueza lesbiana Karen Atala que remeció el espacio público nacional con la disputa por la tuición de sus hijas, que perdió ante su exmarido por su orientación sexual. La Revista baja la cortina discutiendo sobre el parentesco homosexual con las voces actuales del feminismo y la disidencia sexual, y con un texto de una de las filósofas más influyentes para el campo de la teoría queer, aquella que además haría a Richard y (al feminismo francés, por cierto) poner en duda la influencia temprana de las lecturas de Julia Kristeva. Esta suerte de círculo para nada prolijo, este paisaje sinuoso de referencias, muestra las oscilaciones de una intelectual viva, atenta, despierta y receptiva ante las actualizaciones teóricas, los cambios y giros epocales, vanguardista, actualizada, exigida por el presente. Todo esto le ha traído críticas, discusiones y ha generado acalorados e interesantes debates para el arte, la crítica cultural y la filosofía en Chile. Si el desliz vanguardista o la insistencia en el presente se lee desde una óptica feminista, Nelly Richard es una activista, una tomadora de palabra que no teme pensar sobre la marcha, mezclar conceptos y hacer de la teoría un espacio de cruce, frontera, préstamo, traducción, pero también invención de necesarios imaginarios feministas.

Referencias

Mieke Bal. Conceptos viajeros en las humanidades. Una guía de viaje, Murcia, Cendeac, 2009.

Ana del Sarto. Paradojas en la periferia. Nelly Richard y la crítica cultural en América Latina (Dissertation presented in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), The Ohio State University, 1999.

Federico Galende. Filtraciones. Conversaciones sobre arte en Chile (1960–2000), Santiago de Chile, Alquimia, 2019.

Tomás Peters. Nelly Richard’s crítica cultural: Theoretical debates and político-aesthetic explorations in Chile (1970–2015), (submitted for the degree of Doctor of Philosophy), Birkbeck, University of London, 2016.

Nelly Richard. La insubordinación de los Signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis), Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2000.

Nelly Richard. “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”, en Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización 2, CLACSO, Buenos Aires, 2001. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100914035407/15richard.pdf

Nelly Richard. Feminismo, género y diferencia(s), Santiago de Chile, Palinodia, 2008.

Nelly Richard (ed.). Debates críticos en América Latina, vol. I, II III, Santiago de Chile, Arcis/ Cuarto Propio/ Revista de Crítica Cultural, 2008–2009.

Nelly Richard. “La crítica feminista como modelo de crítica cultural”, Debate Feminista, vol. 40, octubre 2009, pp. 75–85. Disponible en http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/040_06.pdf

Nelly Richard. Crítica y política, Santiago de Chile, Palinodia, 2013.

César Zamorano. Revista de Crítica Cultural: Pensando (en) la transición, (Dissertation presented in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), University of Pittsburgh, 2014.

Notas

[1] Nelly Richard (ed.). Debates críticos en América Latina, vol. I, II III, Santiago de Chile, Arcis/ Cuarto Propio/ Revista de Crítica Cultural, 2008–2009, p. 7. El texto corresponde a la Presentación y se repite en los tres volúmenes que compilan los artículos de la Revista de Crítica Cultural. El paréntesis es mío.

[2] Nelly Richard. Crítica y política, Santiago de Chile, Palinodia, 2013, pp. 31–32.

[3] Cfr. César Zamorano. Revista de Crítica Cultural: Pensando (en) la transición, (Dissertation presented in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree Doctor of Philosophy), University of Pittsburgh, 2014, p. 19.

[4] Íbid., p. 45.

[5] Dicho proyecto es mi tesis doctoral.

[6] Cfr. Nelly Richard. Feminismo, género y diferencia(s), Santiago de Chile, Palinodia, 2008, pp. 26–27. [Como menciono en el texto, ¿Tiene sexo la escritura? fue incorporado en 1993 en el libro Masculino/Femenino publicado por Francisco Zegers Editor. Una versión corregida de este artículo fue publicada en 2008 por la editorial Palinodia en Feminismo, género y diferencia(s).

[7] Es durante este período en que se aprueba la Ley de Aborto en 3 causales, volviendo a traer a la legislación chilena la posibilidad del aborto terapéutico que fuera eliminado durante los últimos días de la dictadura pinochetista.

[8] Nelly Richard. “La crítica feminista como modelo de crítica cultural”, Debate Feminista, vol. 40, octubre 2009, pp. 75–85. Disponible en http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/040_06.pdf, p. 79.

[9] Cartografías del deseo fue publicado en Chile por Francisco Zegers, editor de los primeros textos de Richard y de otros artistas, escritores y poetas como Diamela Eltit, Carmen Berenguer, Paz Errázuriz yArturo Duclos. Vía Néstor Perlongher es perceptible también una influencia de Guattari que es reconocida en entrevistas por Richard y también por Pedro Lemebel que en varias ocasiones refiere a este autor y a Deleuze como una de sus “inspiraciones escriturales”.

[10] Esta muestra fue expuesta en el año 2006 en el Centro Cultural Palacio La Moneda bajo la curaduría del académico y crítico de arte Guillermo Machuca. 21 mujeres artistas visuales fueron parte de la muestra. Una reseña sobre la intervención y el texto curatorial puede encontrarse en Arte y Política 2005–2015, editado por Nelly Richard en 2018. Allí mismo se encuentra información referente a “Handle with care”.

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Karen Glavic
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Written by Karen Glavic

filosofía, crítica y feminismo

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